Somos seres humanos. Sentimos multitud de emociones diferentes cada día, las emociones vienen y van sin que podamos hacer nada, no podemos elegir lo que sentimos en cada momento… Es una realidad que está ahí, sin embargo muchas veces nos rebelamos contra ella. No queremos estar mal, no nos gusta estar tristes o enfadados, no podemos aguantar la frustración o la decepción, la desesperanza nos invade y queremos escapar de ella inventando todo tipo de distracciones con tal de no sentir lo desagradable que es, pero ¿acaso podemos negar esta parte tan humana?
La validación emocional es el primer paso para ser capaces de aprender a gestionar todo aquello que sentimos.
Siempre digo que vivimos en una sociedad tremendamente invalidante en la que se estableció que algunas emociones son «buenas» y otras son «malas». Podemos comprobarlo sentándonos en un parque infantil y escuchando los comentarios de los adultos ante las reacciones de sus hijos cuando se caen y se hacen daño o cuando se frustran y enfadan porque otro niño no ha respetado el turno para subirse a un columpio. «No es nada», «No llores», «¿Te vas a poner así por esta tontería?», «No te enfades», «Estás muy feo/a cuando lloras» y un largo etcétera de frases… Sabemos que los padres queremos lo mejor para nuestros hijos, hacemos lo mejor que podemos con lo que tenemos y sabemos, no pretendo demonizar a nadie, pero nuestra obligación como padres y como miembros de la sociedad es acompañarles a los niños y a ayudarles a aceptar sus emociones para luego gestionarlos de la mejor manera posible. Por supuesto, si nuestros padres no lo han hecho con nosotros, difícilmente vamos a poder hacerlo ahora con nuestros hijos. Hace falta mucha conciencia, mucha educación y mucho trabajo personal.
Esta invalidación de las emociones sigue conforme vamos creciendo y de alguna manera interiorizamos eso de «estar contento/a está bien y estar triste o enfadado/a está mal». Y de esta forma nos convertimos en adultos incapaces de aceptar en nosotros mismos ciertas emociones y, por supuesto, sin aceptar también que lo demás puedan sentirlas.
La validación emocional es el primer paso para poder hacer una gestión adecuada de todo aquello que sentimos. Y como en todo lo demás, tenemos que empezar por nosotros mismos. Así que en primer lugar, cuando estemos tristes o enfadados, démonos cuenta de que sentimos la emoción. En segundo lugar, aceptémosla ya que cada emoción tiene una función, nos informa de algo y nos motiva a una cosa en concreto. Por lo tanto, todas las emociones son válidas, todas son «buenas» porque cumplen un cometido, aunque algunas son agradables y otras desagradables y nos producen malestar. En tercer lugar, démosle el espacio necesario a cada emoción en concreto, sintámosla, pero en su justa medida, sin hacerla más grande de lo que es y sin minimizarla tampoco. Escribir aquello que sentimos nos puede ayudar a tomar conciencia y ubicar cada emoción en el lugar que le corresponde, validándola sabiendo lo importante que es. El cuarto paso sería hacer una adecuada gestión de la emoción, eligiendo estrategias funcionales, estrategias que nos ayuden a minimizar el malestar sin evitarlo ni huir de él. En estos momentos de malestar provocado por alguna de estas emociones desagradables tratémonos con el cariño y el amor que merecemos.